Quizá este muerto, hace varios días que me disparo en cuentos, escojo el final más dramático en cada escena. Un simple clic y Bam Bam, muerto en la infinita rueda de pensamientos, Con los ojos puestos al firmamento y un cuerpo inútil. Quizá ya esté muerto.
Hoy es un día particularmente visceral, Me levante. Comí lo primero que vi. El sabor desde hace un tiempo siempre es plástico. Mire adentro del sombrero. Nada. Me lo puse. Aún nada. Baje las escaleras. Vi mi reflejo en los cristales rotos. Abrí la puerta. Viento golpeando mi rostro.
Tome el camión indicado, bueno eso al menos pensé. Subí. Las miradas de los ahí sentados sobre mi. Solo soy una envolvente no se que tanto ven. En un parpadeo me perdí unos segundos. Tuve que despertar. El camión se tambaleaba. Mi cuerpo no tenía la menor idea del porque se movía. Yo si. Me sentí al igual cada vez que despierto.
Los aromas de los ahí congregados era desde una loción hasta el natural transcurrir humano. Los lugares que están al lado del pasillo estaban habitados por seres extraños. Era todo un desfile de madres, ebrios, somnolientos y niños. El simple decir “con permiso” y sentarme. Se volvió una especia de tortura. Por lo que todo el camino mi cuerpo tambaleo. Un freno y ahí voy, un alto y por suerte no caí.
El tiempo indicado y el lugar correcto. Hice sonar aquel timbre rojo. Tizz Tizz. El conductor no paró hasta dos cuadras después. Quizá le gusta el sonido del timbre repicar una y otra vez en su oído. Baje. Caminar otra vez.
El parque se ilumina con especial luz en las mañanas. Aunque este día tenía un pequeño destello a sepia. Parecía una imagen olvidada en el armario de un abuelo. De mi abuelo quizá. Escuche las risas de los niños ahí congregados. Estaban jugando a la guerra. Otros más apartados dibujaban. Es interesante ver como un lápiz puede convertirse de un objeto liberador, a cadenas conforme creces.
Llegue a donde decía el pequeño mapa improvisado en una servilleta. Otra vez más seres extraños, solo que ahora todos de uniforme. Trajes de colores obscuros. Congregación de corbatas. “Hola buenos días ¿puedo atenderlo?” “Aunque que quisieras” supongo que tomo mal el comentario. Hizo una mueca y siguió en sus papeles. Camine hasta la caja de elevación. Quinto piso.
Por fortuna no había nadie más. En esta mañana de trayectos por fin tuve unos minutos sin tumultos silenciosos. Se abrieron las puertas. Comencé a buscar la salida hacia el techo. Por fin la encontré. Otra vez el viento sopla.
Cuando estaba al borde del vacío y de saltar. No pude dejar de embriagarme con el vértigo. Tanta fue mi éxtasis, que ahora me di cuenta que el final más dramático no es el saltar sino el mantenerse con vida, aunque después de todo quizá ya este muerto.